El amor de Anabel y Enrique floreció en un día bañado por el sol, donde la alegría y la emoción se entrelazaban en cada rincón. Como su fotógrafo, tuve el privilegio de ser testigo de la magia que los rodeaba, capturando cada mirada cómplice, cada sonrisa radiante y cada lágrima de felicidad.
La celebración que siguió fue una explosión de alegría y color. Los invitados, contagiados por la felicidad de los recién casados, bailaron y rieron hasta altas horas de la noche. La música, la comida y la compañía crearon un ambiente mágico que quedará grabado en la memoria de todos los presentes.